sábado, 26 de diciembre de 2015

LA LUZ DE DAMASCO

Ruinas, escombros que cubrían unas calles que suspiraban por su pasado; bebés llorando por la ausencia de sus madres, madres suplicando por una señal de sus hijos. Miseria, destrucción, caos…muerte. Mis ojos no eran capaces de abarcar tanta desolación, mis lagrimales no daban a vasto, y mis retinas… en mi retina siempre quedaría grabado aquel panorama que se abría ante mí. Imágenes que removían las entrañas, sentimientos que te golpeaban hasta dejarte sin respiración, emociones tan fuertes que se confundían formando un cuadro difícil de plasmar. Llegué a la escena tan sólo 20 minutos después del atentado. 20 minutos, 1200 segundos que de normal parecen insignificantes, pero que en aquellas situaciones, podían costar la vida a los que aún no habían recibido atención médica.
Eché un último vistazo, esta vez intentando captar los detalles que había dejado escapar presa de la consternación. Era mi primera cobertura como reportera de campo, había mucho que asimilar. Pensé en mi familia, toda a salvo en España, viviendo una vida con la que muchos sirios no podrían soñar, pero con la que muchos europeos no se conformarían. Una vida sencilla, humilde, fuera de todo lujo pero también de toda guerra. En aquel momento, una imagen se cruzó ante mí y me despertó de aquella ensoñación, no había lugar para la añoranza en aquel sinfín de sufrimiento, qué egoísta estaba siendo. Aquella sombra se fue materializando conforme fijaba mi atención en ella. Un niño de unos doce años intentaba arrastrar, sin éxito, un cuerpo mucho más voluminoso y pesado que el suyo. Era una tarea imposible, pero el joven héroe no desistía de su tarea y, por el matiz de decisión que vislumbré en su mirada, supe que no lo haría. Observé el paisaje y me di cuenta de cuál era el objetivo del chico, sólo unos metros más allá, se encontraba lo que podría suponerles la salvación. Una entrada subterránea que parecía poder protegerles de cualquier catástrofe venidera.  Antes de que mi equipo se pudiese percatar de mis intenciones e intentasen detenerme, corrí hacia ellos. No sé qué me impulsó, no sé qué me hizo olvidarme de todo para lanzarme hacia aquellos dos niños desvalidos. Tenía los sentidos nublados, ni siquiera escuchaba los gritos de mis compañeros cuando me vieron alejarme de ellos. No recordaba dónde estaba, no recordaba el por qué, ni siquiera estaba segura de recordar mi nombre. Sólo ellos importaban.
El niño se percató de mi presencia y me dedicó una breve mirada, la decisión se había convertido en miedo, tiró de nuevo del cuerpo que yacía inconsciente a sus pies, parecía exhausto, debía estarlo. Llegué a su lado y, sin decir nada, metí mi cuerpo bajo el hombro del chico al que había que ayudar y empecé a caminar con toda la energía que fui capaz. Justo entonces, un estruendo cómo jamás he escuchado, retumbó a nuestras espaldas. Sentí un golpe seco en el torso, me desperté de aquella ensoñación suicida, pensaba que sería el final, que algún escombro me había golpeado y que no tardaría mucho en quedar enterrada  bajo una tumba macabra e irregular. Otro golpe. Cierto es que no vi una retahíla de imágenes como se cuenta en las películas, pero sí pensé en mi familia, sí pensé en mi vida, y sí reconocí, que si debía morir antes de tiempo, agradecía que fuese haciendo lo que amo. Un tercer golpe, esta vez más fuerte, me hizo perder el equilibrio y caí hacía atrás sin ningún tipo de control. Noté cómo, por unos instantes, flotaba, era como si pudiese volar, si aquello era morir, no me importaría hacerlo cientos de veces. Tristemente, aquella paz duró poco, mi cabeza que llevaba la delantera al resto de mi cuerpo, se encontró con una esquina afilada en su camino al “cielo”, volví a la realidad. Sentí cómo un hilo de sangre se deslizaba por mi cuello, los muertos no sangraban, seguía viva. No pude reflexionar mucho sobre aquella repentina resurrección, ya que a la primera esquina la siguieron una sucesión de escalones que parecía no tener fin. Después de unos segundos que parecieron horas, llegué a final del escabroso trayecto. Al fin en tierra firme, al fin en un suelo sin ningún tipo de inclinación que jugase con la gravedad y mi cuerpo. Estaba un poco mareada, decidí no moverme hasta que menguara un poco la desorientación. Hice un rápido chequeo de mi cuerpo, parecía la caída no me había dejado ninguna secuela grave, sólo alguna que otra contusión y aquel corte en la cabeza que ya se estaba transformando en un chichón de tamaño considerable. Me incorporé lentamente, aun me notaba indispuesta, pero necesitaba hacerme una idea de dónde estaba y cuál era mi situación. Ya sentada, distinguí una sombra que bajaba tranquilamente por las escaleras, no podía ver su expresión pero desprendía una calma abrumadora para una situación cómo aquella. A pesar de que se estaba acercando hacia mi posición, la oscuridad seguía sin permitirme distinguir sus facciones. Encendió una linterna, le reconocí, era el niño al que había intentado ayudar.
    -          ¿Estás bien?, no sabía si habrías sobrevivido a la caída- me preguntó en un perfecto español con cierto deje arábigo.
Ya fuese por los golpes o la confusión, todo mi conocimiento lingüístico parecía haberse desvanecido. Escondido en algún lugar de mi mente, no me dejaba contestar con palabras coherentes a su pregunta. Me limité a asentir con la cabeza. Sin añadir nada, comenzó a examinarme el cuerpo con sumo cuidado: me levantaba el brazo, lo movía, comprobaba mi reacción, no dejaba nada al azar. Parecía saber exactamente lo que estaba haciendo, así que le dejé actuar sin oponer ninguna resistencia.
    -          Creo que le has hecho tú más daño a la escalera que ella a ti- rió- sólo tendremos que vigilar esa herida de la cabeza, quizá necesites puntos.
Algo en su voz llamó mi atención. Había percibido un detalle en ésta que, junto a sus facciones, no concordaban con su aspecto y la primera impresión que despertaba.
    -          ¿Cómo te llamas, y cómo hablas tan bien español?- al parecer la curiosidad había conseguido activar esa parte de mi cerebro que había permanecido bloqueada.
    -          Soy Amal, encantada de conocerte. Mi español es por mi madre, era valenciana, pero se vino a vivir aquí por amor. Por lo que veo en tu identificación tú eres Lucía- me tendió la mano y se la acepté con una sonrisa sincera.
Había sido fácil desentrañar el misterio de la disonancia que creaba aquella persona. Desde un principio, había dado por hecho por su pelo corto y su actitud, que era un muchacho, había descartado por completo cualquier otra posibilidad. Y ahí estaba, mirándome a los ojos, rompiendo todos los esquemas que había formado respecto a ella. El niño que había tratado de ayudar a un compañero, era en realidad la niña que había tratado de ayudar a un compañero…el compañero.
    -          Amal, ¿has conseguido…?
    -          No- me interrumpió- no hubiese sido capaz de llegar hasta aquí antes de que la tercera bomba explotase si hubiese seguido cargando con su peso.
    -          ¡Qué lástima!, tanto esfuerzo para nada- pensé en voz alta.
    -          No ha sido en vano- me di cuenta de que me había ido de la lengua- esta vez no lo he conseguido, pero hay mucha gente a la que ayudar ahí fuera. Con él no he podido hacer nada, pero gracias a que he tomado la decisión de dejarlo atrás, nos he salvado a ti y a mí.
Hablaba con una madurez y una coherencia inconcebible para alguien de esa edad.
    -          ¿A mí?- pregunté consternada.
    -          Eh… sí… verás- se estaba ruborizando, apunté ese dato en mi mente, no se sentía cómoda con los halagos – estabas parada a unos pasos de la entrada, parecías una momia; inmóvil, no reaccionabas ante nada. Te he tenido que empujar con todas mis fuerzas para meterte en este agujero, y sólo a la tercera vez he conseguido moverte. Siento la brusquedad y los moretones, pero era imposible hacerlo de otra forma. Tenía que actuar rápido.
Pensé en las implicaciones de aquella revelación. En aquel caos de explosiones y ruidos, había otorgado a aquellos golpes el papel de la muerte cuando, en realidad, me habían regalado la vida. Los ángeles sí que existían, y yo tenía a mi lado a uno de ellos. Me imaginé que era un querubín en prácticas jugándose las alas, si así era, conmigo las tenía aseguradas.
    -          Me has salvado la vida, no sé cómo agradecértelo.
    -          Bueno… más bien te he empujado porque me bloqueabas la entrada a la puerta- respondió acompañando sus palabras con una sonrisa pícara- me lo puedes agradecer perdiendo peso para la próxima, que no veas cómo pesas.
Cada vez le cogía más cariño a aquella niña de innumerables contradicciones. Tenía un aspecto feroz, pero una mirada dulce y comprensiva; se preocupaba hasta el extremo por los demás, pero no parecía tener a nadie; te intentaba tranquilizar dedicándote palabras de consuelo, pero de vez en cuando daba rienda suelta a su lengua viperina. Feroz, comprensiva, solidaria, solitaria, amable, sarcástica. Ardía en deseos de seguir conociéndole para descubrir nuevas discrepancias.
    -          Creo que esta vez el atentado ha sido gordo. He contado al menos cuatro explosiones.
Se le notaba apenada. Se podía palpar su rabia por no poder hacer nada contra aquella injusticia. ¿De dónde había salido aquella niña de coraje adolescente y sabiduría adulta?
 “El arte de la guerra” pensé para mis adentros. Detrás de toda la muerte, destrucción y sufrimiento, había unas mentes entrenadas que decidían cuándo, cómo y dónde golpear en cada momento. Mensajes ocultos, guerrillas callejeras, chantaje, dinero negro… todo ramificaciones que formaban parte de un todo manejado por menos gente de la que cabría esperar. Todo dirigido por los intereses de personas que hacen creer a sus subordinados, que comparten un objetivo común. Mentes vacías, cerebros lavados, marionetas de simples personas jugando a ser Dioses. Qué triste era el arte de la guerra. Qué macha tan horrenda para el nombre del arte.
Nos quedamos en silencio, yo con mis reflexiones, ella seguramente recordando todo lo que había presenciado a su corta edad. Miré a mí alrededor, la linterna que Amal sostenía, me permitía ver un poco más allá de nuestra posición. No conseguía identificar el lugar, pero en algún recoveco de mi memoria me quería sonar familiar.
    -          ¿Dónde estamos exactamente, Amal?
    -          ¡Ah!, esto, es la primera excavación que se hizo del proyecto “Damascus metro”. Se hizo en 2013, pero la guerra no permitió hacer ningún avance más que algún agujero suelto por la ciudad
El metro “Damascus”… sí, recordaba haber leído algo antes de coger el avión. Era un proyecto ambicioso: cuatro líneas de metro divididas en diecisiete estaciones a lo largo de la ciudad. Habría supuesto muchas facilidades para los habitantes de la ciudad. Pero como muchas otras cosas con el estallido de la guerra, había quedado en el olvido. Los ciudadanos tenían cosas mucho más importantes en las que pensar que en cómo ir de un lugar a otro y, por otro lado, el gobierno estaba demasiado sumido en su guerra como para recordar un proyecto tan banal.
Me incorporé con una lentitud propia de quien se acaba de levantar después de un sueño profundo. Había tenido un pálpito y necesitaba ir a comprobarlo. Sólo tuve que dar unos pasos hasta llegar a las escaleras que minutos atrás me habían visto caer. Miré hacia arriba. Se confirmaron mis sospechas. Donde tendría que haber una luz cegadora después de la absoluta oscuridad, encontré una montaña de escombros que bloqueaba completamente la salida y el tan ansiado sol.
    -          Amal, tenemos problemas.
    -          ¿Qué pasa?
    -          La salida, está bloqueada, y los bloques de hormigón son demasiado grandes como para poder moverlos.
    -          Ya, no pasa nada. Así si nos morimos no hace falta que nos entierren.
No me esperaba su respuesta, parecía no entender la gravedad de la situación. Estábamos atrapadas a metros de la superficie. Sin cobertura, sin más comida que una barrita energética y un plátano que guardaba en mi mochila y, aunque gritásemos, sólo conseguiríamos escuchar el eco de nuestra propia voz. Ni siquiera ella, con esa actitud tan resuelta, podría estar tan tranquila. A no ser que…
    -          ¿Conoces otra salida, verdad?
Amal empezó a reírse como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo o si acabase de presenciar una gran caída de las que protagonizan los zapping en la TV.
    -          Tendrías que haber visto la cara que has puesto. Y yo que pensaba que los occidentales no os podíais poner más blancos.
Me la había jugado a base de bien. Le observé. No me podía enfadar con ella, la risa que había conseguido sacarle compensaba el susto que me había llevado.
    -          Cuando me enteré de que esta entrada había quedado al descubierto, decidí acercarme a examinar el terreno. No sabía que me encontraría, pero descubrí que era muy útil para desplazarme por la ciudad. Hay una excavación que nos deja a tan sólo dos calles de mi casa.
    -           ¿Viniste aquí sola?- pregunté alarmada- ¡Por Dios, si te podrían haber matado!
    -          Estamos en guerra Lucía, aquí cada vez que sales de casa te arriesgas a que sea la última vez. Yo no salgo a buscar el riesgo, salgo a buscar oportunidades.
    -          Touché- una vez más me había dejado sin habla. 
    -          Venga, pongámonos en marcha, que aún queda mucho día por delante.
¿Mucho día por delante? A lo único que quería dedicar las horas restantes hasta el anochecer, era llenarme la bañera del hotel, demorarme en ella hasta que mis huellas dactilares pareciesen pasas, y enfundarme mi pijama para, acto seguido, enrollarme entre las sábanas.
Aceleré el paso hasta ponerme a su altura y así, vagando por la oscuridad, emprendimos una marcha hacia lo desconocido.
No sé cuánto tiempo estuvimos caminando, pero no se me hizo pesado, estuvimos hablando todo el camino. Su discurso era tan intenso e interesante que consiguió atenuarme el cansancio. Una vez en la superficie, a mis ojos les costó un poco acostumbrarse a aquel estrepitoso cambio. Amal me condujo por unas calles que, a pesar de la hora, estaban desiertas, no se escuchaba un alma, parecía un pueblo fantasma. Entramos por una puerta entreabierta que conducía a una gran mansión. A pesar de lo imponente que parecía haber sido en un pasado no muy lejano, ahora se mostraba medio derruida y abandonada. Amal me condujo hasta una habitación del piso de arriba, el interior estaba igual de desatendido que la fachada, pero aquel cuarto era diferente, sí parecía un hogar.
    -          Bienvenida a mi casa.
Miré alrededor, aquella estancia desprendía una personalidad inconfundible, aquellas cuatro paredes estaban teñidas con su alma. Identifiqué un Hiyab colgado en una percha. Me sorprendió. Entonces recordé que el nombre de Amal era musulmán.
-          ¿Eres musulmana?- pregunté esperando no ofenderla por mi brusquedad.
    -          ¡Ah, eso!- dijo refiriéndose a la prenda a la que no paraba de mirar- no, no soy musulmana, lo tengo para cuando quiero pasar desapercibida o no quiero que me reconozcan.
    -          ¿Pero Amal es un nombre musulmán, verdad? ¿Eres cristiana entonces?
    -          Sí es un nombre de origen musulmán, pero me lo pusieron porque significa esperanza, la palabra más bella de nuestro vocabulario. Tampoco soy cristiana. Mis padres creían en un Dios, yo creo en un Dios, pero no en el que las religiones oficiales nos quieren vender. Yo tengo mi propio Dios, y cada persona debería ser libre de crear en su mente su figura divina. Una divinidad que nos inspire para ser mejores personas, y que nunca nos haga hacer daño a los demás en su nombre.
Desde luego aquella niña debía tener unos padres increíbles para haberse desarrollado de aquel modo. Qué madurez. Qué razón. No me cansaré de repetirlo. Ni siquiera tenía miedo de tener su propia forma de pensar y hacer. Cosa muy extraña en un mundo en el que parece que luchemos por parecernos a la mayoría y así pasar desapercibidos.
Decidí pasar a la acción, saber más sobre su opinión sobre la guerra.
    -          ¿Y para ti quienes son los malos en esta guerra de Siria?
    -          Los malos son todos aquellos que deciden hacer daño a inocentes como solución a simples problemas burocráticos o religiosos. Aquellos que se cobran la vida de la gente como si fuesen ganado. No sólo me preocupa la guerra de Siria, me preocupa el mundo de la luz en sí.
    -          ¿El mundo de la luz?- me había perdido en su razonamiento.
    -          Sí, es el mundo en el que he decidido vivir. Mi padre me habló de él cuando era apenas un bebé. Consiste en ver el mundo con otros ojos, con el brillo de la luz. Un lugar en el que el bien prevalece, donde la desgracia siempre da lugar a la esperanza de que un mundo mejor es posible. Es mi mundo.
Pensé que estaba usando la imaginación para no ver la auténtica realidad. Pero me gustaba aquella forma de pensar, era original y beneficiosa para todos.
    -          ¿Dónde están tus padres?
    -          Murieron hace un año- la neutralidad de su tono me impactó- verás, eran gente muy poderosa, y cuando estalló la guerra decidieron invertir su dinero en hospitales benéficos en lugar de en armas para cualquiera de los bandos. Esto cabreó a ambos lados y decidieron sacrificarlos. No se sabe quién fue, pero no me importa, lo que me interesa es continuar su legado, ayudar a todas las personas a las que pueda.
Su historia era horrorosa, pero en lugar de venirse abajo, había cogido fuerzas para hacer el bien. Impresionante.
     -          No estoy sola, si es lo que te preocupa, muchos aliados de mis padres me ayudan en mi día a día. Sin embargo, algunos enemigos saben que yo tengo la herencia y quieren deshacerse de mí. Pero no me preocupa, no mientras tenga la luz de mi lado.
Se me ocurrió una idea genial.
    -          ¿Te importaría si paso un día contigo y lo grabo para mostrarle a España tu realidad?
    -          Sería un honor.
Conseguí contactar con mi equipo a través del hotel, pude oír sus llantos de alivio al saber que no había muerto. No habían sabido nada de mí desde la explosión. Les conté la idea, les encantó. Nos pusimos manos a la obra.
Pasamos el día ayudando a gente, era increíble la cantidad de personas que necesitaban que alguien arrimase un hombro. Me sorprendí al ver que, a veces, con un simple gesto, podías cambiarle el ánimo a una persona deshecha por las circunstancias. Ya teníamos material suficiente, al día siguiente grabaríamos unas últimas imágenes y una declaración de Amal.
Hacía un día perfecto para acabar el documental, Amal estaba sentada en una silla de madera, los pequeños focos le apuntaban directamente, no estaba nerviosa. Empezó a hablar, me maravilló tanto cómo la primera vez que la había escuchado. De pronto, un ruido sordo, confusión, gritos, desesperación. Miré a la silla con ansiedad, Amal ya no se encontraba sobre ella. Corrí, corrí como no me veía capaz con mi estado físico. Un tiro, un cobarde tiro le había acertado en el estómago.
    -          ¡Amal, Amal!, no duermas, escúchame todo va a salir bien. Lo siento, lo siento.
    -          Lucía, no te preocupes, este es mi final, lo sé, lo percibo. Ellos lo han conseguido. Pero no te apenes, a mis 13 años he vivido más de lo que jamás podría haber soñado. Estate tranquila, que aun en la muerte, tan oscura y solitaria, veo la luz, veo a mis padres esperándome, no tengo miedo. Gracias.
Y entonces ocurrió, no sé si fue fruto de mi imaginación pero me pareció que por momentos brillaba con el halo de un ángel. Lloré, lloré como hacía tiempo no lo hacía, aquel ser tan maravilloso nos había dejado.  

Pasaron los días, pero su recuerdo no se apagó, su  documental salió y fue un éxito rotundo. Aunque habían intentado acabar con ella, sólo consiguieron que brillase en millones de corazones alrededor de mundo. Ella se convirtió en la luz de Damasco, y gente como ella, será la luz que ilumine el mundo. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

UNO MÁS



Lo notas, sientes que todo va a empezar a otra vez, repitiéndose, cerrando el círculo que ingenuamente pensabas que habías conseguido abrir para siempre.                                                                            
Te sientes sola, sin nadie que te escuche. Intentas dar la voz de alarma pero no consigues articular palabra, y mientras tanto, sigues escuchando ese incesante sonido que cada vez cobra más vida y va acelerando su ritmo.                                                                                   Intentas detenerlo, frenar aquel hilo musical que parecía sacado de las entrañas del mismísimo infierno, pero te sientes débil. <<Esta vez no>> piensas mientras sientes que tus ojos se van inundando con las primeras lágrimas. Otra vez ese sonido incesante, ensordecedor.                                                                                                                               Consigues alzar la mano, por la cual empieza a subir ese hormigueo que ya era continuo  en los pies, intentas moverlos, pero no hay manera. Sientes que si intentas ponerte en pie, tus piernas no podrían soportar tu peso, que te dejarían caer como un lastre, y otra vez ese sonido que te hace perder la esperanza.                                                        
Pero no te rindes, consigues golpear levemente a la persona que tienes delante en un intento desesperado por llamar su atención. Pero no hay respuesta, la única señal que te indica que ha percibido tu llamada es una mano que se levanta sin girar el rostro indicando que en estos momentos no tenía tiempo para atenderte. ¿Por qué no se gira? Piensas mientras vas dejando que un repentino sueño se apodere de ti. Sin ser consciente de ello, tu mano sigue golpeando su espalda. Se gira, sientes que todavía es posible, consigues ver la luz al final del túnel que te de las fuerzas para seguir luchando. Luchando contra el sueño, luchando contra el hormigueo, pero sobre todo, luchando contra ese sonido, ese sonido que deseas que deje de presionarte el pecho.           
Ves que te mira con ojos asustados, te ves reflejado en sus pupilas, lo vas a conseguir, y mientras te repites frases alentadoras, consigues permanecer despierta, consigues que la oscuridad no te domine por completo.                                                                                                        
Ves que la gente se marcha, notas las miradas de soslayo que dirigen hacia ti, pero nada de eso importa. Sientes que la mano ya está completamente paralizada, te duele, te asustas, pero quieres permanecer despierta. Otra vez ese sonido.                                     
 Ves que hay algunas personas que aún están en la clase, consigues oírlas, pero no escucharlas, estás demasiado concentrada intentando parar aquel sonido, intentando poner todo en orden. Pero estás cansada, te rindes, dejas que el sueño gane la batalla. Lo último que recuerdas es el dolor de la mano, el sonido incesante, el sonido de los latido taquicárdicos de tu corazón.                                                                                                         
 Empiezas a escuchar voces, te sientes despierta, esperas volver a escuchar aquel sonido, pero ya no está. Lo único que te recuerda lo que unos instantes antes había pasado era la mano, te seguía doliendo. Abres los ojos con miedo a la luz repentina después de aquella oscuridad y cuando consigues focalizar la mirada, ves a un grupo de personas a tu alrededor. Percibes miradas llenas de miedo, miradas serenas pero con un matiz de pánico.                                                                                                                             
Te sientes culpable, lo habías vuelto a hacer.

jueves, 10 de enero de 2013

"RESPIRA HONDO"


Toma aire, respira hondo. Deja que cada partícula de oxígeno cale profundamente en tus entrañas. Medita, piensa. No todo está perdido.
Coge aliento, respira hondo. Cálmate. Regálate unos segundos de tranquilidad y sosiego.
Déjate llevar. Aprecia cómo tu abdomen se mece al son de tu respiración. Siente cómo cada milímetro tu cuerpo está conectado.
Inspira, expira. Cada vez estás más relajado. Tu corazón lo nota, lo agradece. Ya no da golpes contra tu pecho con la esperanza de que escuches sus ensordecedores gritos de auxilio. Ahora se limita a danzar al compás del pausado ritmo de los latidos.
Cierra los ojos, ya falta poco. Mueve lentamente tus manos y pies para comprobar que ya no tiemblan a causa del exceso de trabajo. Están tranquilos, adormecidos, preparados para afrontar con energías renovadas las nuevas órdenes.
Abre los ojos, lo has conseguido. Corazón acompasado, extremidades reactivadas, cuerpo armonizado. Es el momento de regresar a la realidad, una realidad que ya no se presenta tan sombría como instantes atrás.
Una última vez, toma aire, respira hondo. Cómete el mundo.

                                   
                                          Consigue llegar "Más allá de tu destino"


viernes, 14 de diciembre de 2012

LIBÉRATE

Para Esther y todas las personas que lo hayan vivido:

Te sientes atrapada, sientes que cada paso que das va a ser un vano esfuerzo bloqueado por un muro. Miras a tu alrededor buscando el mínimo resquicio de luz que te indique la salida pero ya hace mucho tiempo que la oscuridad se apoderó de tu pequeña jaula.
Miras las ensangrentadas llagas que, a causa de luchar contra las férreas cadenas, se han formado en tus finas muñecas. Dejas de luchar.
Encadenada, enjaulada, humillada... Así es como te sientes mientras te dejas caer en el frío suelo con un agudo sollozo. Había sido tan larga la lucha que rendirte ahora te duele más que cualquier posible herida. magullada por fuera, moribunda por dentro, cualquier mínimo movimiento te supone una nueva lágrima de impotencia.
Impotencia... Eso es lo peor de tu situación. Sentir que por mucho que te esfuerces nada va a conseguir liberarte.
Intentas recordar como has llegado a esta prisión pero todo fue tan rápido que tu mente está bloqueada. Cabizbaja, piensas en tu captor, a él si que no le puedes olvidar. Esa sonrisa, esos ojos, ese instante en el que vuestras miradas se cruzaron por primera vez y supiste que era especial. Parecía todo tan fácil, parecía tan bueno para ti... En aquel momento no le diste importancia, sólo era uno más, pero tras un par de encuentros y unas semanas sumida en el anhelo, te diste cuenta de que había conseguido lo impensable, te había atrapado.
Y aquí estas ahora, viendo como él te da la espalda mientras tú, impotente, ves pasar los días entre rejas.
!LIBÉRATE!, deja que ese sentimiento que te mantiene apresada se convierta en el más profundo desprecio, deja marchar a aquel que, inconsciente, te mantiene en la sombra en lugar de disfrutar de tu compañía. ¡LIBÉRATE!.
                                         Intenta ir "MÁS ALLÁ DE TU DESTINO"

jueves, 13 de diciembre de 2012

EL SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS

Todo empieza con unas simples palabras, un juego de ordenar y desordenar letras con la intención de hallar la más hermosa estructura.
Te dejas llevar, dejas que en cada frase, un pensamiento que alguna vez pasó por tu desordenada mente quede grabado a tinta en un papel o sea almacenado en la memoria de algún ordenador.
Poco a poco te percatas de ello, consigues identificar en cada uno de tus breves textos un trocito de ti. Recuerdas el momento que pasabas cuando tus manos, manejadas por tus sentimientos, reflejaron tu situación en tan sólo unas líneas de difícil comprensión. Revives el dolor, la alegría, el amor...Empatizas con tu "yo" del pasado y, al fin, entiendes el significado de unas historias antaño carentes de él.
Te quitas con suavidad la venda que hasta entonces cubría tus ojos y, al abrirlos de nuevo, percibes la intensidad de una luz que creías inexistente. No es un juego, te dices a ti mismo, es mucho más. Una forma de escapar de un mundo al que a veces creer no pertenecer, un modo de poder reconocer aquellos temores que al decir en voz alta temes que se materialicen ante ti, la metafórica destrucción de los muros que te impiden ser tu mismo.
Desatas tu imaginación, descubres con asombro que la belleza de las palabras queda eclipsada por la de los nuevos mundos que ahora sobrevuelas sin límites. Dejas atrás la importancia de la forma para dar lugar a la profundidad del significado. Todo cobra sentido.
Esta entrada y las posteriores no tienen sino como objetivo compartir alguna de las locuras que cada día tienen cita en mi subconsciente. En realidad, creo que será el paso del tiempo el que me descubrirá la verdadera intención de la creación de este espacio y será entonces, al igual que con la escritura, cuando realmente me de cuenta de su significado.
                                        Siempre intentando ir "MÁS ALLÁ DE MI DESTINO".