Toma aire, respira hondo. Deja que cada partícula de oxígeno
cale profundamente en tus entrañas. Medita, piensa. No todo está perdido.
Coge aliento, respira hondo. Cálmate. Regálate unos segundos
de tranquilidad y sosiego.
Déjate llevar. Aprecia cómo tu abdomen se mece al son de tu
respiración. Siente cómo cada milímetro tu cuerpo está conectado.
Inspira, expira. Cada vez estás más relajado. Tu corazón lo
nota, lo agradece. Ya no da golpes contra tu pecho con la esperanza de que
escuches sus ensordecedores gritos de auxilio. Ahora se limita a danzar al
compás del pausado ritmo de los latidos.
Cierra los ojos, ya falta poco. Mueve lentamente tus manos y
pies para comprobar que ya no tiemblan a causa del exceso de trabajo. Están
tranquilos, adormecidos, preparados para afrontar con energías renovadas las
nuevas órdenes.
Abre los ojos, lo has conseguido. Corazón acompasado,
extremidades reactivadas, cuerpo armonizado. Es el momento de regresar a la
realidad, una realidad que ya no se presenta tan sombría como instantes atrás.
Una última vez, toma aire, respira hondo. Cómete el mundo.
Consigue llegar "Más allá de tu destino"